Historias de dragones (Ilustrado) by Edith Nesbit

Historias de dragones (Ilustrado) by Edith Nesbit

autor:Edith Nesbit [Nesbit, Edith]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Fantástico, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 1974-12-31T16:00:00+00:00


Cuando los enanos los agarraron con sus brazos peludos, Jorge se puso a darles patadas, pero eso no da resultado cuando se trata de pieles de foca; Juanita quiso ponerse a gritar otra vez, pero ya se habían acostumbrado y no les hizo efecto. Los enanos colocaron a los niños encima del dragón, de espaldas al poste del Polo Norte, y los ataron; como no tenían cuerdas lo hicieron con guirnaldas de nieve, que son fortísimas si están bien hechas. El frío era espantoso: era esa clase de frío que se clava en la piel penetrando a través de la ropa, aunque tengáis veinte abrigos uno encima de otro.

Después de haberlos atado al poste, los enanos avivaron las hogueras.

—Ahora el dragón entrará en calor y se despertará, y cuando se despierte sentirá hambre, y cuando sienta hambre buscará algo que comer, y lo primero que encontrará será a vosotros dos.

Las lenguas de fuego crecían y chisporroteaban, bailando como flores meciéndose al viento, pero los niños tenían cada vez más frío.

—Lo único que me consuela es que cuando el dragón nos vaya a comer no nos daremos cuenta, porque ya estaremos helados —dijo Jorge.

De repente oyeron un batir de alas y apareció la garza blanca, que se posó en la cabeza del dragón y les dijo:

—¿Puedo hacer algo por vosotros?

Pero para entonces los niños tenían tanto frío que no podían ni hablar. Y la garza blanca continuó:

—No hace falta que digáis nada. Estoy muy contenta de poder expresaros mi agradecimiento por el asunto del petardo.

Y al minuto siguiente se volvió a oír un batir de alas, pero esta vez de muchísimas alas, y enseguida, con un suavísimo murmullo, empezaron a caer, blandamente, cientos y miles de copos blancos, y empezaron a cubrir a los niños poco a poco hasta que formaron un montón, por encima del cual asomaban las cabezas de Juanita y de Jorge.

—¡Qué buena eres, garza blanca! —dijo Juanita—. Pero, ahora que nos has dado tus plumas, tú te morirás de frío.

La garza blanca se echó a reír y su risa fue coreada por miles de risas.

—¿Pensabais que todas esas plumas eran de una sola garza? Estamos aquí cientos y cientos de nosotras, y cada una sólo ha tenido que desprenderse de un puñadito para que vosotros entrarais en calor —explicó amablemente.

Y vaya si entraron en calor debajo de aquella espesa capa de plumas. Cuando los enanos intentaron dispersarlas, la garza y sus compañeras les atacaron a picotazos y les hicieron huir corriendo, porque en el fondo no eran más que unos cobardicas.

El dragón no se había movido todavía, pero en cualquier momento podía empezar a moverse. Los niños, aunque ahora estaban calentitos, no las tenían todas consigo y así intentaron explicárselo a la garza, que, aunque era encantadora, no parecía demasiado lista, porque no se enteraba de nada.

—Pero si ya tenéis un nido calentito y nadie os lo va a quitar, ¿qué más queréis?

En ese momento se oyó otro ruido de alas, diferente del de las de la



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